Saber cómo jugar, cómo ganar y cómo conseguir mayor rentabilidad con nuestro par de cartas.
Buscar ventajas prestando incluso más atención a las situaciones del juego que a nuestras propias cartas.
Adaptarse a la tendencia general del juego en la mesa.
Aprovechar nuestra imagen en la mesa para inducir errores al rival.
Adecuar el tamaño del bote a nuestra jugada o proyecto.
Utilizar la agresividad de forma controlada y selectiva.
Medir los riesgos y asumirlos conociendo sus repercusiones (positivas y negativas).
Tratar de dominar y llevar la iniciativa en las manos que juguemos.
Tratar de jugar al ataque en lugar de dedicarnos a defender.
Tratar de mecanizar respuestas a situaciones típicas (para reducir las dudas y tomar las decisiones con mejor expectativa).
Atacar de forma directa en la mayoría de las ocasiones, ya que este estilo conlleva dos efectos muy positivos:
Dificulta la lectura.
Permite ganar botes pequeños y botes muy grandes.
Desarrollar el juego lento de forma excepcional y solo por motivaciones tácticas de mucho peso.
Contraatacar de la forma más efectiva posible, es decir, adaptando nuestro estilo al que mejor se pueda oponer al de nuestros rivales.
Jugar con mucha precaución desde los ciegos, con el objetivo de minimizar las pérdidas en estas posiciones a largo plazo.
Ser prudentes en los unos contra uno, especialmente en las luchas entre ciegos. Estar muy pendientes del análisis del rival.
Buscar el pragmatismo y la sencillez en nuestro juego. No vale la pena complicar nuestro stack buscando cartas milagrosas, proyectos fuera de odds o jugadas espectaculares, o dedicándonos a la caza de bluffers.
Tratar de aprovechar toda la información útil que tengamos a nuestro alcance para valorar la inversión de stack en una mano.

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